viernes

Una obra que vuelve a consagrar al maestro Laiseca como uno de los “monstruos” de la literatura argentina.Cuentos Completos
Alberto Laiseca
(2011, Simurg, 640 págs.)
Probablemente nadie sea capaz de leer todos los cuentos de Alberto Laiseca desde la primera página del libro que los recopila hasta la última. La contundencia del lenguaje, su deliberada aspereza y la ausencia total de concesiones a cualquier forma civilizada de delicadeza (disfrazada de literatura, se entiende), terminan llevando al lector a la necesidad de una pausa, un respiro, el equivalente de los minutos en que el boxeador se retira a su esquina para que le arreglen un poco las heridas. Pero que no se entienda que la paliza se ve incapaz de unirse al placer; la risa, la maravilla ante lo genial de algunas ideas y ocurrencias y la admiración ante la valentía y, por qué no, el genio, hacen que uno se levante con una sonrisa en la boca para recibir otra ración. Y el libro la ofrece, sin piedad, sin miramientos.
El primero de los libros aquí recopilados, “Matando enanos a garrotazos” (1982), prefigura el tono del volumen completo y ofrece una muestra de lo mejor y lo más difícil de su autor. El que se los considere cuentos depende, en realidad, de a qué distancia se los mire: De lejos quizá lo parezcan, pero de un poco más cerca se nota cómo se interpenetran y se funden, entre sí y con el resto de la obra de Laiseca, especialmente –ya que no son escasas las referencias a “Los sorias”, por ejemplo–, y también con la literatura de sus contemporáneos, por ejemplo con la del gran Fogwill, que construyó una buena sección del cuento “Help a él” jugando con estos relatos de Laiseca. Como se suele decir en las reseñas, “aquí aparecen todos los grandes temas de su autor, que luego… etc.”, y en este caso es verdad: los cuentos (porque bien de cerca sí son cuentos, núcleos narrativos) juegan con la crueldad, el sadomasoquismo, el esoterismo, la historia como farsa o las farsas de la historia, el grotesco al estilo de Brueghel o El Bosco, lo monstruoso, lo patético de cierto intento de entender o conocer el mundo, la presencia de Poe, de lo gótico, del terror, de lo políticamente incorrecto, el humor.
Es difícil elegir uno de los relatos que componen Matando…, pero quizá el más sugestivo de los trece sea “La cuadratura del círculo, el movimiento perpetuo, la piedra filosofal”, seguido de “La serpiente Kundalini” o el inefable “La momia del clavicordio”, en el que se cuenta la relación entre el clavicordio de W.A.Mozart y la maldición de Tutanchaikowsky: Precisamente.
Los otros libros incluidos son “Gracias Chanchúbelo” y “En sueños he llorado”, con el excelente cuento largo o nouvelle “El cuarto tapiado”; el volumen se complementa con todos los cuentos publicados fuera de libros compilatorios y con una buena dosis de inéditos, entre ellos la “Trilogía Misógina”, que pertenece a lo que podría llamarse la “etapa (un poco más) sadomasoporno” de su autor, que llegó a su cenit (la etapa, no el autor) en 2007 con el libro “Manual sadomasoporno (ex tractat)”. Dentro de la trilogía, su última parte (el cuento “Cornelia y sus dos pendulancias”) justifica con creces la compra del volumen.
No es fácil armar un mapa de la literatura argentina o rioplatense que incluya con comodidad a Laiseca. Dicho de otra manera: si seguimos al Roberto Bolaño de “Derivas de la pesada” podríamos leer al autor de “Los sorias” desde la deriva antiborgeana, cerca quizá de Aira y Lamborghini, pero no parece suficiente. De hecho es tan inocuo que es como no decir nada, aunque, a la vez, el rótulo de “inclasificable” –o el negarse a pensarlo en tanto parte de una serie y reclamar una unicidad imposible– ha sido propuesto para tantos escritores (Aira, Levrero…) que por un momento recuerda a una variación de la célebre clasificación china. Está claro que hay en Laiseca una voluntad de ser un (iba a escribir “el”) monstruo de la tradición o tradiciones que podrían reclamarlo; también es cierto que él mismo creó el género “realismo delirante” para caracterizar su obra, lo cual, bromas aparte, seriedad aparte, señala una vocación de hablar (no importa desde donde) del propio lugar. En cualquier caso, su visibilidad, su relevancia, es indudable y a la vez un desafío. Estos “Cuentos completos” la vuelven todavía más sólida, en cuanto retrato detallado y (hasta el momento) total del monstruo.
Publicado en Leedor el 18-10-2011
25 de octubre de 2011
EL ESCRITOR WALTER IANNELLI GANO EL PREMIO JUAN JOSE MANAUTA

El escritor argentino Walter Iannelli se consagró hoy ganador de la primera edición del Premio Internacional de Cuento édito "Juan José Manauta" por su obra "Metano" (Paradiso, 2008), que resultó la mejor entre 498 títulos de 29 países.
Organizado por la Biblioteca Alternativa Tilo Wenner de Entre Ríos, la Asociación de Teatro Metamorfosis y la Casa de la Cultura provincial, este galardón tiene una dotación económica acompañada por una obra de arte de la artista plástica Griselda Meded, quien trasladará al lenguaje de la plástica su visión del libro premiado.
"Contento y muy orgulloso por lo que significa este premio para los que, como yo, escriben cuentos", dijo Iannelli (Buenos Aires, 1962), también autor de "Alguien está esperando" (1996, cuentos), la novela "Sanpaku" (2002) y las poesías compiladas en "Zumatra y la mecánica de tu corpiño" (2005).
El jurado de este concurso -integrado por el cuentista y corrector literario, Elio Piñero; Graciela Gianetti, crítica literaria de Paraná y Carlos Antognazzi, cuentista, novelista, ensayista, de Santo Tomé- también anunció las menciones de honor.
El mejor Libro de Microcuentos fue "Fin de fiesta y otras celebraciones", de Luís B. Pérez Puente (México); la mención al mejor Libro de más de un autor recayó en la antología crítica "Cuentos del Tolima", compilada por Jorge Gaitán, Leonardo Monroy y Libardo Vargas de Colombia.
El mejor Libro-Objeto fue "Seis de espadas. 50 naipes estilo cuento/poesía" de varios autores y editado por el Instituto Cultural Municipal de Bahía Blanca. Por último, la mención al mejor Libro Ilustrado la obtuvo "Dos reinos en juego", de Horacio Cardo (Pinamar, provincia de Buenos Aires).
En la categoría de libros infantiles se presentaron 168 obras y el jurado resolvió premiar a dos: "Minúsculas" de Adriana L.Maggio (La Pampa) y "Ni fu, ni fa y otros cuentos" de Marta Coutaz (Santa Fe).
Además del libro ganador "Metano", de Walter Iannelli, entre los finalistas candidatos al premio mayor del concurso de cuento édito Juan José Manauta se encontraban los escritores argentinos Inés Garland ("Una Reina Perfecta", Alfaguara); Felix Bombarolo ("Elige Sara y otros cuentos", Grupo Editor Latinoamericano); Azucena Galettini  ("Lo único importante en el mundo", El fin de la noche); Laura Fava  ("Algunas Víctimas", Ada Korn Editora); Fernando Figueras ("Ingrávido", Editorial Muerde Muertos); Matías Aldaz ("Esas nubes", Simurg); y Liliana Allami  ("Novia que te veamos", Alción Editora). También fueron finalistas el español Jorge Saiz Mingo ("La hora de los padrastros", Los Duelistas) y el mexicano Luis Bernardo Pérez ("Fin de fiesta y otras celebraciones", Ficticia).
Este certamen persigue dos objetivos, por un lado, distinguir a la edición de libros de cuento en castellano y, por otro, incrementar el patrimonio bibliográfico de las bibliotecas y escuelas de la provincia de Entre Ríos.
Según anunciaron los organizadores, "los ejemplares de las 498 obras presentadas serán distribuidos a lo largo de noviembre y diciembre en las cuatro bibliotecas y en once escuelas de las islas del delta del río Paraná".

domingo

Liberen a la Prensa

Ponencia del periodista Ariel Magirena (Canal 7, Los 100, Comisión Nicolas Casullo de Medios Audiovisuales en Carta Abierta) en la audiencia de discusión entorno de la ley de SCA

Roberto Arlt decía que el periodista era una especie de ignorante universal. Quería decir que era alguien que sabia muy poco de muchas cosas. Tal vez alentado por mi ignorancia de ser periodista desde hace 23 años me permitiré disentir con el prestigioso abogado constitucionalista Daniel Sabsay que me precedió algunos oradores. Sabsay fundamento la amenaza que nos hicieran ayer los representantes de las cámaras empresarias de medios que advirtieron que, de aprobarse esta ley, recurrirían a la justicia porque esta avanzaría sobre derechos adquiridos. Desde mi ignorancia interpreto lo que ustedes, diputados, conocen mejor que yo: que las leyes están sustentas, primero, en el sentido común. Y que dificilmente un tribunal en cualquier lugar del mundo haga prevalecer un derecho individual sobre el interés colectivo. Tomemos un ejemplo: la asamblea de 1813 que declaro la libertad de vientres. Imaginemos una familia patricia protestando porque aduce que compro una parejita de esclavos para cría, y que se esta legislando en contra de sus derechos adquiridos...
Espero que los empresarios de medios acepten la ley y se adecuen en los términos que esta determine.
Ahora, si me permiten voy a ingresar en mi punto de vista respecto del tratamiento de la ley de democratización de los medios.
En 1980, cuando Videla y el ruralista Martínez de Hoz firmaron el decreto-ley de radiodifusión, cundió la alarma en el ámbito de la cultura argentina acosada por la dictadura. En 1983 fue uno de los ejes fundamentales en las plataformas de todos los partidos políticos. La nueva democracia sabía desde el momento de nacer que necesitaba derogar esa ley y darse un instrumento que democratizara también los medios electrónicos de comunicación. La ley vigente, el decreto de Videla y Martínez de Hoz, representaba (representa) la configuración de un modelo político y social represivo y excluyente, favorable a la concentración económica para cuya urgencia utilizó recursos perversos que son por todos conocidos. Como conocido es su contexto de desaparición y muerte. Aunque algunos medios se hagan los distraídos, sobre todo aquellos que oficiaron de voceros de la dictadura y se encaramaron dominantes del mercado asociándose en el monopolio del papel prensa, para poder secuestrar los goles primero secuestraron a nuestros compatriotas. La represión se ocupo de desaparecer a lo mejor de la política para condicionar a la inexorable democracia; y por si la política real resucitara, se materializó el plan para su vaciamiento y desprestigio. Funcionó. Que se vayan todos, gritaban los compatriotas en el 2001, como si las fallas de la política fueran un defecto genético. Pero el vacío de la política se consiguió con muerte. Después actuaron los medios de comunicación sustituyéndola. Aceptando este poder algunos políticos se convirtieron en sus lacayos y hoy los vemos y oímos entusiasmados sosteniendo el discurso de los manipuladores.
Sólo un puñado de reformas a la ley de la dictadura alcanzó para habilitar en los 90 el actual esquema que tiene a 4 grupos económicos como dueños de más del 80% de los medios de comunicación de todo el país. Como no podía ser de otra manera esta realidad constituyó también un modelo de periodista. Habiendo convertido la información en mercancía y los medios en escaparates el actual modelo informativo no necesita de periodistas más que de vendedores. Así el modelo del, o la, periodista exitosos es el de mayor exposición, investido de un poder que aquilata sus capacidades de seducción y de persuasión. Un modelo individualista y superficial que forma "estrellas" que están por encima de la sociedad y de las relaciones de clase. Un modelo que es doblemente mentiroso al sugerir a sus estrellas periodísticas que son más importantes que la mercancía que venden, ocultándoles que ellos mismos son una mercancía. Por que es un modelo que también vende vendedores. Sabemos que la palabra expresa el pensamiento, por lo que también influye en el pensamiento. Los medios concentrados secuestraron y desaparecieron categorías del relato social con la intención de que lo que no se describa no exista. Así el discurso hegemónico virtualmente suprimió de la lex política la denominación del "pueblo", eje, protagonista y sentido de la lucha social, por el lavado apelativo a la "gente", del mismo modo que inaugura la universalización de categorías como regalo a las oligarquías o las nuevas burguesías, como está ocurriendo respecto del conflicto de intereses desatado por los terratenientes en relación con la renta extraordinaria de las exportaciones agrícolas, a quienes, graciosamente, la prensa liberal califica de "campo", pese a que representan el tercio de los propietarios y el 5% de la capacidad productiva (medida en fuentes de trabajo). También de este modo, y sólo como ejemplo, los residentes de los barrios más carenciados son "habitantes" u "ocupantes" en oposición abierta a "ciudadanos", o los niños en delito no son sino "menores", y hoy bandera de la campaña sobre la "inseguridad".
Casi está de más decir que esta clausura de categorías impone también la agenda periodística y habilita el relato de la realidad que, por cierto, está embebido de la estructura ficcional que funde y confunde la información con el show. El relato sustituye la realidad y la miente con una impunidad que ofende. Hoy mismo los monopolios llaman “Ley K de control de medios” o hasta “ley mordaza” a este proyecto que es en verdad el de la democratización de los medios de comunicación audiovisual, cuya autoría no es del oficialismo sino de los que por años luchamos por ella y que logramos por fin en 2004 elaborar 21 puntos de consenso en la llamada Coalición por una Radiodifusión Democrática. Hablamos de 21 puntos declarados de interés por legislaturas de todo el país, incluso este Congreso de la Nación en el que hoy algunos diputados traicionan la histórica posición de su partido con tal de lograr el favor de los señores del feudo mediático.
Pese a que el análisis científico de los medios revela la grosería con la que se aplican los mecanismos de manipulación el sistema cuenta con que la prensa está formada con su modelo discursivo y su perspectiva. De tal manera que no necesita que cada redacción tenga en sus mesas "cuadros" ideológicos que marquen el sentido editorial o actúen como policías del pensamiento. Si no posee pensamiento crítico, el periodista liberal reproduce "naturalmente" el discurso y la perspectiva dominantes. Los medios degradan, corrompen y sustituyen el sentido común mientras encorsetan a los periodistas y comunicadores en paradigmas vetustos pero que le son favorables. El primero es uno de los mitos mejor instalados y convertido en valor y prejuicio: la objetividad. Los medios de masas no necesitan ser objetivos sino simplemente declararse así, del mismo modo que se titulan "independientes", y replican a los medios, y periodistas efectivamente independientes, exigiéndoles "objetividad" en un escenario en cuya composición sólo aparecen los elementos por ellos seleccionados. La reivindicación de la objetividad periodística busca anular al periodista y al comunicador como "sujeto" para tenerlo como "objeto", como herramienta. De hecho la objetividad es el atributo de los objetos; la de los sujetos, la subjetividad. Le piden al o la periodista que sea objetivo y no, veraz, profundo, responsable y contextual, todos ellos valores éticos fundamentales y excluyentes. El único anticuerpo para estos periodistas de diseño es la prensa alternativa. Para desgracia del modelo liberal muchas veces sus comunicadores no están formados en sus claustros ni en sus empresas y, aunque no dominen las técnicas ni la teoría de la comunicación de masas, son la voz emergente de un contexto social definido, aún cuando innominado. Y representan, probablemente, la trinchera de la verdadera contra –comunicación frente al discurso único reproducido en cadena. Los medios de producción alternativa, como de propiedad alternativa son, sin necesidad de tener un discurso único, los verdaderos representantes del valor de la comunicación: la diversidad. De voces, de pensamientos, de ideas, de culturas, de estilos, de estéticas, de sujetos sociales. Y son precisamente estos medios los amordazados en la ley que pretendemos derogar.
Es natural que nuestra sociedad no resuelva las necesidades de quienes no están convidados a la mesa del sistema… si están callados e invisibles…, porque lo que no está en los medios no existe. La democracia informativa es aquella en la que las imágenes, los pensamientos y las voces de todos los sectores de la sociedad participan. En el actual esquema de propiedad de los medios audiovisuales no hay lugar para la perspectiva de las mujeres, de los trabajadores, de los discapacitados, de los pueblos originarios, de los campesinos, de las minorías étnicas, sexuales o culturales… los que son tratados y exhibidos como fenómenos para el consumo desde una preocupación impostada y mercantil cuando no, decididamente manipulando la realidad y haciéndolos responsables de los miedos que buscan instalar.
Aun con todo esto la ley que se debate (la mentida ley de control bla bla bla...) no se entromete en ningún momento con el contenido ni la línea editorial de cada medio o empresa. Sólo se ocupa de que mas actores tengan el derecho de publicar su realidad y de compartir su perspectiva con el resto de la sociedad.
Pero hay otro aspecto de interés para los periodistas y trabajadores de prensa que es fundamental, y es su incumbencia gremial. Es que la concentración de los medios es también la concentración de los patrones. Hoy el periodista que ve afectada su relación laboral con el grupo de mayor concentración la sufre con los 260 medios audiovisuales cuyas licencia administra, además de sus decenas de medios gráficos, agencias y empresas de contenidos que no están contempladas en esta ley. Los periodistas que eluden esta discusión, los que reproducen el discurso impuesto, los que tergiversan los términos del debate, los que ignoran, no son sólo irresponsables sino suicidas. Otros, convertidos en soldados de la causa de los monopolios, son reptiles angurrientos y egoístas.
Necesitamos más medios de comunicación, más empleadores y más posibilidades para atrevernos a nuestros propios emprendimientos, viables y legales.
No voy a cometer la ingenuidad de creer que mis argumentos, como los de las decenas de los que pudieron hacerse escuchar en estas audiencias, tendrán el poder de persuadir a quienes se oponen férreamente a la democratización de los medios por motivos que no pueden confesar más que a sus cómplices. A los sofistas que reducen el proyecto de esta ley a un puñado de frases con las que mienten descarada y perversamente. A quien sea capaz de violar incluso la ley vigente teniendo un escaño mientras es confeso y público propietario de medios aunque luego pueda atribuírselos a su familia. A quienes recurren a argucias para entorpecer el desarrollo normal de un debate que estaba anunciado antes de las elecciones de junio y antes incluso de que este parlamento adelantara el cronograma electoral. Me dirijo exclusivamente a la mayoría: la de los que abrazaron la política como forma de servir a la sociedad y no de servirse de ella. Desde 1953, durante el gobierno del presidente Juan Perón, que la democracia no tiene una ley de radiodifusión. Pasó más de medio siglo. Fue en el milenio anterior, fue en otro mundo. Es una deuda muy vieja. Mucho se habla, y se enuncia con aire serio y preocupado, de la libertad de prensa. Señores legisladores de la merecida y costosa democracia argentina, este es el momento de hacerlo. Por favor: liberen a la prensa.

viernes

La Argentina Insolente

Por Mario Rosen*

En mi casa me enseñaron bien.
Cuando yo era un niño, en mi casa me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:
Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.
Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá.
Y esta regla se cumplía en ese estricto orden. Una exigencia de mamá,
que nadie discutía... Ni siquiera papá. Astuta la vieja, porque así nos
mantenía a raya con la simple amenaza: “Ya van a ver cuando llegue papá”.
Porque las mamás estaban en su casa. Porque todos los papás salían a
trabajar... Porque había trabajo para todos los papás, y todos los papás
volvían a su casa.
No había que pagar rescate o ir a retirarlos a la morgue. El respeto
por la autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente
por mi mamá) era razón suficiente para cumplir las reglas.
Usted probablemente dirá que ya desde chiquito yo era un sometido, un
cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista, pero acépteme esto:
era muy aliviado saber que uno tenía reglas que respetar. Las reglas me
contenían, me ordenaban y me protegían. Me contenían al darme un horizonte
para que mi mirada no se perdiera en la nada, me protegían porque podía
apoyarme en ellas dado que eran sólidas.. Y me ordenaban porque es bueno
saber a qué atenerse. De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo,
abandono y ausencia.
Las reglas a cumplir eran fáciles, claras, memorables y tan reales y
consistentes como eran “lavarse las manos antes de sentarse a la mesa” o
“escuchar cuando los mayores hablan”.
Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas
eran las mismas que las cumplían a rajatabla y se encargaban de que todos
los de la casa las cumplieran. No había diferencias. Éramos todos iguales
ante la Sagrada Ley Casera.
Sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié “las reglas” mediante
el sano y excitante proceso de la “travesura” que me permitía acercarme al
borde del universo familiar y conocer exactamente los límites. Siempre era
descubierto, denunciado y castigado apropiadamente.
La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me
permitía mantener intacta mi salud mental. No había culpables sin castigo y
no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo
predecible.
El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues
alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios. Por lo tanto las
travesuras no eran acumulativas. Tampoco existía el dos por uno. A tal
travesura tal castigo.
Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados
a cumplir.
Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de
mi casa. Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal. Lenta y
dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había
“travesuras” sin “castigo”, y una enorme cantidad de “reglas” que no se
cumplían, porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo,
si me lo permite).
El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba.
Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un
ingenuo), nunca pude digerir, pero siempre me lo tengo que comer: "la
impunidad". ¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi
casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había
piedad.
Le explicaré: Justicia, porque “el que las hace las paga”. Piedad,
porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado, y su dignidad
quedaba intacta y en pie. Al rincón, por tanto tiempo, y listo... Y ni un
minuto más, y ni un minuto menos. Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.
Las reglas eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa.
Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué. Hoy debo reconocer que
en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que
todo funcionara. En mi casa había una “Tercera Regla” no escrita y, como
todas las reglas no escritas, tenía la fuerza de un precepto sagrado. Esta
fue la regla de oro que presidía el comportamiento de mi casa:
Regla N° 3: No sea insolente. Si rompió la regla, acéptelo, hágase
responsable, y haga lo que necesita ser hecho para poner las cosas en su
lugar.
Ésta es la regla que fue demolida en la sociedad en la que vivo. Eso
es lo que nos arruinó. LA INSOLENCIA. Usted puede romper una regla -es su
riesgo-pero si alguien le llama la atención o es atrapado, no sea arrogante
e insolente, tenga el coraje de aceptarlo y hacerse responsable. Pisar el
césped, cruzar por la mitad de la cuadra, pasar semáforos en rojo, tirar
papeles al piso, tratar de pisar a los peatones, todas son travesuras que se pueden enmendar a no ser que uno viva en una sociedad plagada de insolentes.
La insolencia de romper la regla, sentirse un vivo, e insultar, ultrajar y
denigrar al que responsablemente intenta advertirle o hacerla respetar. Así
no hay remedio.
El mal de los Argentinos es la insolencia. La insolencia está
compuesta de petulancia, descaro y desvergüenza. La insolencia hace un culto de cuatro principios:
- Pretender saberlo todo.
- Tener razón hasta morir.
- No escuchar.
- Tú me importas, sólo si me sirves.
La insolencia en mi país admite que la gente se muera de hambre y que
los niños no tengan salud ni educación. La insolencia en mi país logra que
los que no pueden trabajar cobren un subsidio proveniente de los impuestos
que pagan los que sí pueden trabajar (muy justo), pero los que no pueden
trabajar, al mismo tiempo cierran los caminos y no dejan trabajar a los que
sí pueden trabajar para aportar con sus impuestos a aquéllos que,
insolentemente, les impiden trabajar. Léalo otra vez, porque parece mentira.
Así nos vamos a quedar sin trabajo todos. Porque a la insolencia no le
importa, es pequeña, ignorante y arrogante.
Bueno, y así están las cosas. Ah, me olvidaba, ¿Las reglas sagradas
de mi casa serían las mismas que en la suya? Qué interesante. ¿Usted sabe
que demasiada gente me ha dicho que ésas eran también las reglas en sus
casas? Tanta gente me lo confirmó que llegué a la conclusión que somos una
inmensa mayoría. Y entonces me pregunto, si somos tantos, ¿por qué nos
acostumbramos tan fácilmente a los atropellos de los insolentes? Yo se lo
voy a contestar.
PORQUE ES MÁS CÓMODO, y uno se acostumbra a cualquier cosa, para no
tener que hacerse responsable. Porque hacerse responsable es tomar un
compromiso y comprometerse es aceptar el riesgo de ser rechazado, o
criticado. Además, aunque somos una inmensa mayoría, no sirve para nada,
ellos son pocos pero muy bien organizados. Sin embargo, yo quiero saber
cuántos somos los que estamos dispuestos a respetar estas reglas.
Le propongo que hagamos algo para identificarnos entre nosotros. No
tire papeles en la calle. Si ve un papel tirado, levántelo y tírelo en un
tacho de basura. Si no hay un tacho de basura, llévelo con usted hasta que
lo encuentre. Si ve a alguien tirando un papel en la calle, simplemente
levántelo usted y cumpla con la regla 1. No va a pasar mucho tiempo en que
seamos varios para levantar un mismo papel.
Si es peatón, cruce por donde corresponde y respete los semáforos,
aunque no pase ningún vehículo, quédese parado y respete la regla.
Si es un automovilista, respete los semáforos y respete los derechos
del peatón. Si saca a pasear a su perro, levante los desperdicios.
Todo esto parece muy tonto, pero no lo crea, es el único modo de
comenzar a desprendernos de nuestra proverbial INSOLENCIA. Yo creo que la
insolencia colectiva tiene un solo antídoto, la responsabilidad individual.
Creo que la grandeza de una nación comienza por aprender a mantenerla limpia y ordenada. Si todos somos capaces de hacer esto, seremos capaces de hacer cualquier cosa.
Porque hay que aprender a hacerlo todos los días. Ése es el desafío.
Los insolentes tienen éxito porque son insolentes todos los días, todo el
tiempo. Nuestro país está condenado: O aprende a cargar con la disciplina o
cargará siempre con el arrepentimiento.
¿A USTED QUÉ LE PARECE? ¿PODREMOS RECONOCERNOS EN LA CALLE ?
Espero no haber sido insolente. En ese caso, disculpe.

*El Dr. Mario A. Rosen es médico, educador, escritor, y empresario
exitoso. Tiene 63 años. Socio fundador de Escuela de Vida, Columbia Training
System, y Dr. Rosen & Asociados. Desde hace 15 años coordina grupos de
entrenamiento en Educación Responsable para el Adulto. Ha coordinado estos
cursos en Neuquén, Córdoba, Tucumán, Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca y en
Centro América. Médico residente y Becario en Investigación clínica del
Consejo Nacional de Residencias Médicas (UBA). Premio Mezzadra de la
Facultad de Ciencias Médicas al mejor trabajo de investigación (UBA).
Concurrió a cursos de perfeccionamiento y actualización en conducta humana
en EEUU y Europa. Invitado a coordinar cursos de motivación en Amway y Essen
Argentina, Dealers de Movicom Bellsouth, EPSA, Alico Seguros, Nature,
Laboratorios Parke Davis, Melaleuka Argentina, BASF.

lunes

El Lamento del Cabrón





"El lamento del Cabrón", por Juan Gelman
Es el título de una conocida canción del trío español de rock pesado Orthodox, pero nadie piense mal: se refiere al macho cabrío o cabra muy grande y no el adjetivo en que el uso común ha convertido al sustantivo. Uno de los versos de la letra dice “oye al cabrón que llora”. Claro que, en castellano, es difícil separar las dos acepciones. El cabrón-caprino estuvo presente en la mitología y las religiones desde tiempos muy lejanos. Artemisa lo consideraba un animal sagrado y un atributo dionisíaco. En el Antiguo Testamento es símbolo de la adoración de falsos dioses (Isaías, 13:21 y 34:14). El sumo sacerdote del templo de Júpiter tenía prohibido tocarlo. Pero éstas son divagaciones.
El presente artículo se refiere más bien a declaraciones recientes de W. Bush. Cuando un periodista de TV le preguntó cuál era, a su juicio, el mayor fracaso de su gestión, el mandatario saliente explicó (abcnews.go.com, 1-12-08): “Lo que más lamento de mis dos presidencias serían las fallas de (los servicios de) inteligencia en Irak”. Dicho de otra manera: los servicios de espionaje le informaron que Saddam Hussein tenía un arsenal de armas de destrucción masiva (ADM) y no le quedaba otro remedio que desatar la guerra. No se compunge por lo que hizo, que cuesta ya más vidas estadounidenses que el atentado contra las Torres Gemelas y un número de víctimas iraquíes que tal vez asciende a centenares de miles, sino por lo que presuntamente le hicieron. Que el victimario se haga la víctima es un viejo tic de nuestra civilización y exige mucho olvido, propio y ajeno.
El 7 de octubre del 2002, W. advertía en Cincinnati que “no se debe permitir al dictador iraquí que amenace a EE.UU. y al mundo con venenos, enfermedades terribles y gases y armas atómicas”. Ya olvidaba entonces que ocho meses antes un informe de la CIA no encontraba “evidencias de que Irak esté comprometido en acciones terroristas contra EE.UU. desde hace casi una década, y que está asimismo convencida de que el presidente Sa-ddam Hussein no ha proporcionado armas biológicas o químicas a Al Qaida y grupos afines” (The New York Times, 17-2-02). Es que la decisión de invadir Irak se había tomado ya en Camp David durante el fin de semana que siguió al 11/9.
El presidente Bush acentuó su no responsabilidad en la entrevista de la cadena ABC: “Mucha gente arriesgó su reputación y dijo que la posesión de ADM era una razón para derribar a Saddam Hussein. No sólo personas de mi administración opinaron así, muchos miembros del Congreso, antes de mi llegada a Washington D.C., en el debate sobre Irak, y muchos líderes de naciones de todo el mundo se basaron en los mismos datos de inteligencia... y yo habría deseado que la inteligencia hubiera sido diferente, supongo”. Dicho de otra manera: W. no tuvo más remedio que plegarse a la idea imperante sobre Saddam. Qué desmemoria: Thomas Ricks, corresponsal de guerra del Washington Post, relató en su libro Fiasco (The Penguin Press, Londres, 2006) que sólo cinco parlamentarios habían leído la evaluación clasificada de la comunidad de espías. Habrán encontrado luego –se supone– que la Casa Blanca había mutilado el texto del informe que se hizo público para convencer al pueblo estadounidense del peligro iraquí: desaparecieron advertencias y pruebas contrarias a lo que Bush quería demostrar (New Republic, 30-6-03). Un olvido más qué le hace al tigre.
El mensaje del gobierno norteamericano se volvió cada vez más intimidante en el 2000: el 26 de agosto, el vicepresidente Cheney –que mucho hizo para ocultar la realidad– subrayaba en Nashville que Saddam poseía “un arsenal de armas terroríficas que constituyen una amenaza para nuestros amigos de toda la región y que podrían someter a EE.UU. y a cualquier otra nación al chantaje nuclear”. Los analista de la CIA no estaban de acuerdo: en general daban por buenos los resultados de las inspecciones de la Organización Internacional de Energía Atómica acerca del programa nuclear iraquí: no existía, según el organismo de la ONU. Hasta el departamento de inteligencia del Pentágono elaboró una evaluación que señalaba: “No hay información fidedigna acerca de si Irak está produciendo o almacenando armas químicas o si ha restablecido, o se propone restablecer, sus instalaciones de producción de armas químicas” (http://www.dia.mil/, septiembre 2002). La Casa Blanca no tomó en cuenta el informe: su voluntad política no quiso.
La invasión de Irak y Afganistán obedeció a planes de los “halcones-gallina” muy anteriores al 11/9 y su olor a petróleo y designios imperiales se extendió por el planeta. Los históricos olvidos de la historia que perpetra W. Bush tienen precedentes muy antiguos. Hace 25 siglos, la sangrienta oligarquía de Los Treinta prohibió en Atenas por decreto recordar la derrota militar que le infligiera Esparta. Hoy, la repetición de las versiones oficiales torna innecesarios los decretos.

TOMADO DE: http://www.laclase.info/internacionales/el-lamento-del-cabron

Barón Biza

ENRIQUE VILA-MATAS
EL PAÍS -
18-06-2006
No pensar que era un barón, sino que Barón es el primer apellido y Biza el segundo. Barón Biza. De Argentina acaba de llegarme un documental de televisión sobre el extraño caso de este señor. Había yo escrito hace unos años sobre él porque siempre me intrigó y al mismo tiempo horrorizó su historia. Y ahora, en mi último viaje a Argentina, conocedores de mi antiguo interés por el señor Barón Biza, vinieron unos periodistas al hotel a anunciarme que, lo más pronto posible, pensaban enviarme a Barcelona el reportaje que sobre el enigmático Raúl Barón Biza habían realizado para un canal de la televisión bonaerense.
Ayer estuve viendo la historia filmada de este perverso caballero, perfectamente descrita en el documental, lo que me ha permitido ampliar conocimientos sobre el extraño caso que hace unos años descubrí casualmente en Internet y que me llevó a escribir un artículo (con los cuatro apresurados datos que encontré en la Red) y, como consecuencia del mismo, a recibir llamadas y cartas de los más variados lectores argentinos que querían que les ayudara a divulgar en España la existencia de la insólita novela, El desierto y su semilla, que escribiera en 1999 Jorge, el no menos enigmático hijo de Barón Biza.
Ausente de todos los diccionarios -parece que era un escritor escandaloso pero muy mediocre-, en Internet se dice de Raúl Barón Biza que fue famoso en su época, en los años treinta del siglo pasado, por su “delirio provinciano, macabrismo (sic), extrema misoginia, misantropía, decadentismo y marginalia (sic)”. Creo que se quedaron cortos a la hora de definirlo. Era el hijo único de un terrateniente multimillonario de la ciudad argentina de Córdoba. Se casó en primeras nupcias con la bellísima e intrépida Myriam Steford, una extranjera que pilotaba avionetas y sobrevolaba con ellas las infinitas posesiones cordobesas del padre de su marido. La joven aviadora se estrelló bien pronto, y fue a hacerlo precisamente en los inmensos jardines de su propia casa. La avioneta se hundió, con una verticalidad asombrosa, en la hierba recién mojada por la lluvia de aquel intempestivo día. Se hundió en el centro mismo de la finca familiar, y el desconsolado y raro marido mandó construir, en homenaje a la bella difunta y en el lugar mismo donde había caído el avión, un obelisco de más de ocho metros de altura, en cuyos sótanos -el documental pasea por ellos y parecen la tumba de un faraón- se dice que enterró todas las joyas de la muerta. Aunque la finca ya no es de los Barón Biza, el extraño obelisco pueden verlo hoy todavía cuantos circulan por la carretera provinciana que une la ciudad de Córdoba con Alta Gracia.
En segundas nupcias, Barón Biza -que mientras tanto no paraba de publicar escandalosas novelas “sexualmente satánicas”- se casó con la bellísima Clotilde Sabattini, jovencita de la alta sociedad argentina e hija de un notable político cordobés que (debió de ver enseguida algo raro en Barón) se opuso férrea e inútilmente a la boda. Barón la secuestró y después, en un descuido paterno, se casó con ella. Tuvieron tres hijos. Un día, en un desproporcionado ataque de celos, coincidiendo con los momentos de mayor apogeo del escándalo creado por una de sus horrendas novelas satánicas, Barón Biza desfiguró la cara de Clotilde con una botella de ácido y poco después se suicidó.
Recuerdo que, hace unos años, en el momento mismo de leer esto en Internet, quedé impresionado. Creí que ahí acababa esa historia espeluznante y satánica de obelisco extraño y de ácido corrosivo, pero para mi sorpresa, aún no había llegado al final. Uno de los tres hijos, Jorge Barón Biza, tenía todavía algo qué decir en la historia. Jorge publicó en 1999 El desierto y su semilla, libro en el que narra cómo fue minuciosamente reconstruido el rostro de su madre al tiempo que, en estructura paralela, trata de reconstruir la desgraciada historia de la desfigurada Argentina del siglo pasado. Según quienes lo han leído, el libro se aproxima en ocasiones a la obra maestra y, en cualquiera de los casos, el hijo se muestra muy superior, como escritor, a su depravado y macabro padre. Cuando El desierto y su semilla estaba recibiendo un alud de buenas críticas, imprevistamente su autor -al que algunos amigos míos trataron porque trabajó con ellos en el periódico Página 12 y hablan muy bien de él- se suicidó arrojándose desde la duodécima planta de una casa de pisos de la ciudad de Córdoba. Recuerdo que cuando, cada vez más impresionado, leí en Internet lo del suicidio del hijo, quedé más bien frustrado y me dije: “Qué gran pena no poder continuar leyendo. Apenas acababa de conocer la existencia de Jorge cuando se me ha matado”.

Leer más sobre Barón Biza
http://revistapeinate.com.ar/2006/09/06/baron-biza/

domingo

Los poetas


Por Sandra Russo

Hay que cuidar la idea de la batalla cultural para que no se convierta en un lugar común, en un entremés del habla pública, en una zona habilitada para vehículos todoterreno. Hay que cuidarla del lugar común porque los lugares comunes, en el lenguaje, diariamente llevan a cabo su paradoja: cuanto más comunes y frecuentadas son algunas expresiones, menos se cree en ellas; dejan de ser palabras dichas por personas, para convertirse en implantes siliconados del discurso.
Dicho esto, me pregunto: ¿qué tan importante es para nosotros la poesía? Me lo pregunto no internándome en un altillo a leer a Pessoa o Ungaretti sino saliendo a la calle. Me lo pregunto, por ejemplo, en un patio de comidas de un shopping. ¿Qué tan importante es para nosotros la poesía? O en una sala de espera de dentista, o en la peluquería. Hace unos años hubo un cambio de tendencia, y en las peluquerías clase A hay revistas de actualidad, pero también de diseño y arquitectura. Todas las mujeres leemos, en la peluquería, las de actualidad; nunca vi a nadie leer las otras. En los consultorios médicos, en cambio, lo que hay son revistas dominicales de diarios, y revistas de actualidad muy viejas: uno allí lee cómo se enamoraban los ídolos que ya se separaron. ¿Qué tan importante es para nosotros la poesía, visto y considerando que a pesar de cómo seamos y qué pensemos y dónde vivamos y a quién votemos la poesía sigue siendo la palabra que usamos en el racimo de momentos inenarrables que a cada uno nos toca? ¿Es absurdo, por ejemplo, exhortar a los peluqueros y a los médicos a que ofrezcan para esas esperas libros de poesía? ¿No estaría bueno convertir esa espera en la oportunidad de un hallazgo?
Hace unos años, cuando era legislador porteño, el querido Elvio Vitali presentó el proyecto de la Pensión para los Escritores y Escritoras de Buenos Aires. La Comisión de Cultura acaba de dar dictamen favorable, pero, ¿adivinen qué? Ahora el asunto lo debate la Comisión de Finanzas. El recorrido probable del proyecto que intenta socorrer y amparar sobre todo a los poetas es el que siempre experimenta la cultura cuando se enfrenta con las finanzas: pierde. La cultura solamente tiene chances si las finanzas están pensadas en función de una política. Por eso me pregunto qué tan importante es para nosotros la poesía, haciendo un paneo rápido por las historias de esas decenas de hombres y mujeres que en toda época, pero sobre todo en las recientes, cultivaron un arte que iba a contracorriente de todo: del mercado editorial, del gusto general, de los respectivos gobiernos, de las tendencias literarias, de los beneficios económicos, de la fama, de los contratos, de la aprobación del padre y de la madre. Hombres y mujeres que custodiaron la poesía argentina para que tengamos una. ¿Queremos o no que haya una poesía argentina? De los poetas podemos esperar poesía, pero por qué esperamos tanto, tanto sacrificio. Nunca son poetas que viven de la poesía. Nunca es gente que trabaja de lo que sabe. Nunca pueden alimentar a sus familias o comprarse un saco con el trabajo creativo que eligen y para el que están dotados. Esos hombres y mujeres han sido y son torneros, empleadas administrativas, cajeros de banco, traductoras, gestores, cualquier cosa, se han ganado la vida como pudieron, casi nunca nombrados los Empleados del Mes. Muchos de ellos y ellas contrajeron con la poesía un compromiso que los condenó a una vejez sin red, sin reconocimiento, ni serenidad.
Me pregunto qué tan importante es para nosotros la poesía, porque como sociedad maltratamos tanto a los poetas que parece que no nos importara. Y sin embargo, pensemos como pensemos, en nuestras vidas privadas, en lo hondo, en lo que no le contamos en nadie, yo creo que siempre estamos esperando la dosis de poesía que nos corresponde. O que guardamos allí, en el motor que nos empuja cada día a hacer las cosas, los dos o tres momentos en los que la poesía se nos hizo presente y nos sentimos seres extraordinarios, de otro orden.Lo de la batalla cultural y los lugares comunes, que mencioné al principio de esta nota, obedecían a que es necesario leer el tratamiento de este proyecto de ley desde esa perspectiva. En la batalla que perdimos, en la que idolatró el consumo desenfrenado y la desaprensión social, también perdieron los poetas. Ahora hay una oportunidad de reparar ese abandono. Deberíamos tratar a los poetas como a lo que ellos hacen, como a lo que ellos mantienen vivo, y sí nos importa y sí nos refleja. Eso que nos permite ver lo invisible, oír lo inaudible y asistir a la fiesta a la que no nos invitaron. Como en este poema de uno de los enormes y olvidados poetas argentinos, Edgar Bayley:
Los desiertos reales
Los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista.
(Guarden compostura:
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo:
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia.